La magia de una buena distopía está en lo cercana que se siente a nuestra realidad: cuanto más creíble es el escenario, más preguntas despierta, y más escalofríos provoca. Cada historia plantea su propio «¿y si…?» y, desde ahí, construye un mundo donde la sociedad lucha por sobrevivir. Eso sí, no todas las ficciones encajan del todo en este género. The Walking Dead y su precuela podrían clasificarse como ciencia ficción más que distopía, porque vivir entre zombis queda un poco lejos de nuestro día a día, de momento.
Shatter Belt: la inquietud como única constante
