Por Inés Leal Rico
Filmin estrenó el pasado octubre la serie estadounidense Shatter Belt. Esta miniserie de 4 episodios sigue el estilo de Black Mirror (2011) y ofrece cuatro historias diferentes cuya temática central gira en torno a distintos escenarios distópicos.
Como norma, las ficciones distópicas muestran escenarios donde la vida humana se desenvuelve en un contexto alterado, generalmente como resultado de la radicalización de valores políticos, religiosos o sociales, el impacto inesperado de una innovación tecnológica, o la proyección de futuros inquietantemente posibles. El impacto de este cambio, aunque a veces sutil, puede resonar en la audiencia al presentar una posibilidad tangible, una advertencia que podría cumplirse en un futuro cercano.
No son pocas las series que en los últimos años han abordado nuestro futuro distópico sobreviviendo entre zombis (In the Flesh, 2013; The Walking Dead, 2010; The Last of Us, 2023), viviendo entre robots (Real Humans, 2012; Westworld, 2016; Blade Runner 2099, en proceso de rodaje), utilizando la tecnología para convertirnos en ciborgs (Altered Carbon, 2018; Years and Years, 2019) o reconociendo la incapacidad humana para no comprender los eventos extraordinarios (FlashForward, 2009; Under the dome, 2013; The Leftovers, 2014; 3%, 2016).
La magia de una buena distopía está en lo cercana que se siente a nuestra realidad: cuanto más creíble es el escenario, más preguntas despierta, y más escalofríos provoca. Cada historia plantea su propio «¿y si…?» y, desde ahí, construye un mundo donde la sociedad lucha por sobrevivir. Eso sí, no todas las ficciones encajan del todo en este género. The Walking Dead y su precuela podrían clasificarse como ciencia ficción más que distopía, porque vivir entre zombis queda un poco lejos de nuestro día a día, de momento.
Sin embargo, cuando el cambio es mínimo, pero plausible, el impacto es mucho mayor. Ahí es cuando sentimos pánico de pensar que, tal vez, este futuro aterrador podría empezar mañana. Personalmente, desde que vi El cuento de la criada (2017) tengo mi pasaporte y libro de familia en la mesita de noche, por lo que pueda venir. Y es que viendo las tendencias sociales, políticas y religiosas que avanzan en todo el mundo, la idea de vivir en Gilead me parece temible y posible a partes iguales.
Si existe una serie cuya temática central es la distopía es la ya mítica Black Mirror (2011). Aquí no se elige una sola divergencia respecto a la realidad, sino que cada capítulo (de las, hasta ahora, 6 temporadas) nos sumerge en un universo paralelo en el que algún cambio ha llevado a la humanidad a otro posible. Aunque cuenta con episodios épicos (San Junipero o White Bear) mi número uno sigue siendo The National Anthem (Temporada 1, episodio 1), el episodio que comenzó todo. Este impactante capítulo nos hizo partícipes del dilema del Primer Ministro británico de realizar un acto humillante y perverso televisado para salvar a un miembro de la familia real. Esta trama resulta impactante por lo cercana que se siente a la realidad. No introduce elementos irreales ni divergencias radicales; simplemente plantea una situación que, aunque no ha ocurrido aún, podría darse perfectamente considerando el estado actual del mundo.
Y este es el estilo distópico que toma Shatter Belt como partida. No se presenta un solo escenario posible, sino que cada capítulo aborda una posible divergencia con la realidad. Al igual que con su antecesora británica, Shatter Belt también propone grandes distopías y pequeñas desviaciones que, personalmente, me invitan más a la reflexión. Mientras que el primer episodio (El duro problema con Carl) trata el tema (ya casi manido) de la inteligencia artificial y sus interconexiones con los humanos, el episodio 3 (El Espécimen) nos sitúa en un mundo postapocalíptico en el que un chiste de la serie Friends es el último vestigio que corrobora que fuimos graciosos en algún momento de la historia.
Cada episodio cambia totalmente de tono, ritmo y temática y la inquietud parece ser la única constante de esta producción. El episodio 4 (Perlas) se desarrolla casi íntegramente durante una comida en un restaurante en el que la experiencia Michelín parece dar un paso más y la metamorfosis de los comensales pasa de ser una sublimación gastronómica para convertirse en un acto puramente físico, en el que los propios clientes son parte del menú.
Yo me quedo con el episodio 2 (Immotus), que toma como punto de partida el mundo real. Al igual que ocurrió con gorrino de Black Mirror, este episodio gira en torno a la imposibilidad de tocar una manzana y las reflexiones filosóficas y reacciones sociales que este hecho provoca. Un escenario que podría ser suceder en cualquier momento y que de repente se convierte en un fenómeno social cuya controversia se ve alimentada por las redes sociales y la polarización social que desencadena. La imposibilidad de tocar un objeto físico no solo desafía las leyes de la física en las que se basa en mundo, sino que también acarrea debates filosóficos sobre la libertad de albedrío y el determinismo humano. ¿Será cosa de los alienígenas? ¿Tal vez estamos programados por seres superiores y este hecho es un fallo del sistema? Sea como sea, la respuesta radicalizada de los haters y fans de la manzana coloca al espectador en una situación en la que no dudar resulta imposible. Ante esta situación que desequilibra lo conocido hasta ahora, ¿debemos seguir con nuestras vidas como si nada o debemos quemar las naves?
Tal y como indica el título de la serie, la realidad puede ser un cinturón demasiado apretado y, a pesar de considerarnos los seres más inteligentes del planeta, puede que debamos rendirnos y aceptar que no somos capaces ni de controlar ni de entender lo que pasa a nuestro alrededor. Aunque, tal vez, es justo esta incapacidad la que lo hace todo más interesante.